¿Recuerdan a la selección colombiana de fútbol de 1994 que iba a ser campeona del mundo? ¿O cuando Juan Pablo Montoya iba a destronar a Schumacher? ¿O cuando Santiago Botero iba a ganarle el tour a Armstrong? ¿O la famosa vacuna de Patarroyo que por fin nos iba a hacer líderes en investigación científica? Estos casos, son apenas algunos ejemplos de nuestro triunfalismo y falta de objetividad cuando un colombiano comienza a destacarse internacionalmente.  Esta manía de endiosar nuestros compatriotas se debe en parte a un complejo de inferioridad y al deseo de cambiar la imagen del país. Está bien querer que en todo el mundo seamos destacados por algo distinto al narcotráfico, pero de ahí a negarse a ver la realidad y decir que porque un colombiano se destaca en alguna actividad ya es el mejor del mundo y Colombia una potencia en dicha disciplina hay mucho trecho. Y claro, como siempre salimos con una disculpa o con una gran decepción (es que el técnico de la selección no sirve, es que a Montoya no lo querían en el equipo, es que Armstrong se dopa, es que las grandes farmacéuticas no quieren que salga la vacuna). O terminamos celebrando la mediocridad y elevándola a hazaña nacional, magnificando una medalla de bronce, un grammy latino o una clasificación al mundial.

Haríamos mucho más reconociendo que aunque no son los mejores deportistas, o artistas o científicos, son buenos en lo que hacen y su experiencia nos ayudaría a mejorar y tal vez algún día ser los mejores del mundo. No vivamos más de falsas ilusiones.